LA CAPACHA PARA MÍ
Aunque la Capacha es un encuentro de Juventud, yo, a pesar de ser anciana, he tenido la suerte de ser invitada para hablar de algún tema y, con esa disculpa, he podido participar varias veces de esta movida psico-filosófico-místico-lúdico-festiva, que se monta todos los otoños en Valladolid.
Es un encuentro de jóvenes cristianos, normales, sencillos, estudiantes y trabajadores, discapacitados y capaces, comprometidos e indecisos, pringaillos y espabilados, melómanos e ignorantes musicales, con experiencia de fe fuerte y algunos con ciertas alergias religiosas, pero todos caben en este batiburrillo de personal, que se junta para hablar de la vida, para compartir sueños de un mundo mejor, para animarnos al compromiso y para contar con la presencia de Dios en nuestras vidas, que es el que nos pone las pilas, es como el cargador para el móvil y es como el GPS que te va marcando el camino para ser una persona plena, para alcanzar la felicidad, y para comprometerte junto a otros en la construcción de un mundo más justo y más humano.
Allí se monta un tinglado que igual puede ser una carpa mística, que una haima árabe, o un rincón oriental, o una capilla íntima, o una solemne procesión, un conciertazo, un bailoteo, una reflexión profunda como una juerga
La realidad es que cuando llegas a esa casa te acogen los discapacitados que viven en ella y que, como buenos anfitriones, se ocupan de hacernos cálido el encuentro y se integran en todas las movidas de ese fin de semana, disfrutando como enanos del compartir con tanta gente joven unos días de sueños, reflexión, contagio de entusiasmo y pasión por Dios y por sus cosas.
Todo está perfectamente organizado y cada cual cumple su función. Unos gestionan las habitaciones, otros los horarios, otros las tareas, otros la alimentación, otros las celebraciones, otros “la marcha”… y todo ocurre como si no pasara nada, como si se fuera improvisando, como si saliera todo bien por arte de magia.
Detrás hay un montón de gente muy comprometida en esta capacha, que era la cesta que llevaba San Juan de Dios en sus trajines de vida para cuidar a los enfermos. Y a llenar nuestra cesta venimos los de fuera. A contagiarnos optimismo vital, ganas de salir de la mediocridad y vivir una vida plena. El ambiente de fiesta y oración, de compartir y de interiorizar, de preguntarse y responderse, de celebrar y orar juntos, ayuda a que el alma se te vaya poniendo en marcha y vuelvas a casa con tu compromiso evangélico reforzado, con mayor amistad con Jesús y con más ganas de vivir en comunidad, de celebrar con otros el querer seguir siendo sal de la tierra y luz del mundo.
Y así celebramos nuestra eucaristía, con pasión por cantar y por hacer vida el mensaje de Jesús. Nos sentimos como hermanos sentados a la misma mesa, después de haber compartido el fin de semana y nos animamos unos a otros a llevar a nuestro ambiente, a casa, al trabajo, al estudio y al ocio, esa manera de vivir en libertad, con frescura de alma, ilusionados y comprometidos en seguir a Jesús, ligeros de equipaje y que se nos note a quién seguimos por como nos amamos. La Capacha es una gozada, una experiencia fuerte de Dios, una inyección de fe, un chute místico, un botellón de agua bendita, una juerga mística que atrapa, contagia y entusiasma para hacer de la propia vida una obra de arte, según el gran sueño que Dios tiene para cada uno de nosotros.
Si tienes oportunidad de vivirla, no te lo pierdas, capachéate, y vive el espíritu de San Juan de Dios, un hombre de bien, que supo tratar a los enfermos como hermanos, a ello dedicó su vida y fundó una panda de gente que lo haría como él… como lo hacía Jesús. (Mari Patxi Ayerra)
Aunque la Capacha es un encuentro de Juventud, yo, a pesar de ser anciana, he tenido la suerte de ser invitada para hablar de algún tema y, con esa disculpa, he podido participar varias veces de esta movida psico-filosófico-místico-lúdico-festiva, que se monta todos los otoños en Valladolid.
Es un encuentro de jóvenes cristianos, normales, sencillos, estudiantes y trabajadores, discapacitados y capaces, comprometidos e indecisos, pringaillos y espabilados, melómanos e ignorantes musicales, con experiencia de fe fuerte y algunos con ciertas alergias religiosas, pero todos caben en este batiburrillo de personal, que se junta para hablar de la vida, para compartir sueños de un mundo mejor, para animarnos al compromiso y para contar con la presencia de Dios en nuestras vidas, que es el que nos pone las pilas, es como el cargador para el móvil y es como el GPS que te va marcando el camino para ser una persona plena, para alcanzar la felicidad, y para comprometerte junto a otros en la construcción de un mundo más justo y más humano.
Allí se monta un tinglado que igual puede ser una carpa mística, que una haima árabe, o un rincón oriental, o una capilla íntima, o una solemne procesión, un conciertazo, un bailoteo, una reflexión profunda como una juerga
La realidad es que cuando llegas a esa casa te acogen los discapacitados que viven en ella y que, como buenos anfitriones, se ocupan de hacernos cálido el encuentro y se integran en todas las movidas de ese fin de semana, disfrutando como enanos del compartir con tanta gente joven unos días de sueños, reflexión, contagio de entusiasmo y pasión por Dios y por sus cosas.
Todo está perfectamente organizado y cada cual cumple su función. Unos gestionan las habitaciones, otros los horarios, otros las tareas, otros la alimentación, otros las celebraciones, otros “la marcha”… y todo ocurre como si no pasara nada, como si se fuera improvisando, como si saliera todo bien por arte de magia.
Detrás hay un montón de gente muy comprometida en esta capacha, que era la cesta que llevaba San Juan de Dios en sus trajines de vida para cuidar a los enfermos. Y a llenar nuestra cesta venimos los de fuera. A contagiarnos optimismo vital, ganas de salir de la mediocridad y vivir una vida plena. El ambiente de fiesta y oración, de compartir y de interiorizar, de preguntarse y responderse, de celebrar y orar juntos, ayuda a que el alma se te vaya poniendo en marcha y vuelvas a casa con tu compromiso evangélico reforzado, con mayor amistad con Jesús y con más ganas de vivir en comunidad, de celebrar con otros el querer seguir siendo sal de la tierra y luz del mundo.
Y así celebramos nuestra eucaristía, con pasión por cantar y por hacer vida el mensaje de Jesús. Nos sentimos como hermanos sentados a la misma mesa, después de haber compartido el fin de semana y nos animamos unos a otros a llevar a nuestro ambiente, a casa, al trabajo, al estudio y al ocio, esa manera de vivir en libertad, con frescura de alma, ilusionados y comprometidos en seguir a Jesús, ligeros de equipaje y que se nos note a quién seguimos por como nos amamos. La Capacha es una gozada, una experiencia fuerte de Dios, una inyección de fe, un chute místico, un botellón de agua bendita, una juerga mística que atrapa, contagia y entusiasma para hacer de la propia vida una obra de arte, según el gran sueño que Dios tiene para cada uno de nosotros.
Si tienes oportunidad de vivirla, no te lo pierdas, capachéate, y vive el espíritu de San Juan de Dios, un hombre de bien, que supo tratar a los enfermos como hermanos, a ello dedicó su vida y fundó una panda de gente que lo haría como él… como lo hacía Jesús. (Mari Patxi Ayerra)
3 comentarios:
¡¡¡Que bueno!!!, Mari Patxi que bien explicas lo que es Capacha... Genial! Nos vemos pronto.
Gracias Mari Patxi¡¡¡¡ totalmente de acuerdo con Mencha
un botellon de afua bendita!!!que fuerteeee!!
Publicar un comentario