CLAMA AL CIELO
Solemos emplear
esta expresión como signo de rabia, de indignación, de impotencia… frente a
realidades o situaciones que nos sobrepasan, que nos hieren. Pero quizá la
empleamos también, inconscientemente, como justificante para nuestro «lavatorio
de manos».
¿QUÉ clama al
cielo? Mejor, ¿QUIÉN clama al cielo? El grito silencioso -silenciado- de los
pobres, de los débiles, de los indefensos, de los maltratados por la vida, de
los desechados por el sistema…
Pero el Cielo –el
Padre, defensor de «huérfanos, viudas y extranjeros», según la expresión
bíblica– nos devuelve esos clamores, los hace caer sobre nosotros en un eco
suave, penetrante, persistente… que engarza o prolonga el eco cainita «¿dónde
está tu hermano?»
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