
CAPACHA 2008 “SOÑAR LA VIDA, VIVIR LOS SUEÑOS.
No, no lo he soñado, ha sido cierto. He tenido la suerte, una vez más, de participar en la Capacha, un encuentro de jóvenes y voluntarios relacionados con San Juan de Dios, y vengo encantada. El encuentro ha sido en un Centro de discapacitados de Valladolid, con 150 participantes de diferentes edades, sexo y procedencia, más algunos internos del lugar que nos acogía. El lema de este año era SOÑAR LA VIDA, VIVIR LOS SUEÑOS, que comenzó a vivirse nada más entrar, con una cálida acogida y mil detalles de bienvenida e inclusión que hacían que uno se sintiera como en casa. La decoración del lugar era arabesca, pues el santo nació en Granada, y allí nos habían preparado rincones de oración, tertulia, silencio, música y hasta una haimma gigante, todo aderezado con mensajes y pistas para vivir un fin de semana de celebración, encuentro y reflexión.
Las vivencias fueron muy especiales. Todo estaba exquisitamente cuidado, desde la oración, dinamizada por el grupo musical de Jóvenes de San Juan de Dios, que había compuesto canciones para la ocasión y estrenaba en primicia su disco con nosotros, las dinámicas que fomentaron el conocimiento entre la gente y el compartir los sueños, la mesa redonda y los distintos talleres sobre familia, educación, humor, duelo, marginación y la iglesia que soñamos, nos fueron llevando hacia el interior de nosotros mismos para romper monotonías y fortalecer los ideales, los sueños, la creatividad y nuestros proyectos personales y grupales.
Hemos vuelto con más ilusión, fortalecidos en nuestro seguimiento a Jesús y en la construcción de ese mundo de iguales, solidario y fraterno que es el reino de Dios y su justicia. Curiosamente en este momento de la historia en el que todo el mundo anda corriendo para acá y para allá ,en busca de vivencias y aventuras “apetecibles”, nosotros hemos vivido una experiencia cumbre que nos ha llenado una vez más la vida de sentido y de misión; que es lo que Jesús hace con nosotros, siempre que nos ponemos a tiro. Y en esta ocasión éramos, además de los 150 visitantes, un montón de gente disminuida física y psíquica, a la que invadimos su casa y participó con nosotros en talleres, rezos, ejercicio, comidas, discoteca, festival, reflexión y diversión. La gran idea fue uniformarnos a todos de rojo con una camiseta que nos igualaba y que hacían que uno no supiera diferenciar quién era el anfitrión y quién el visitante. Así nuestra cercanía ha sido algo mágico que ha tenido este encuentro, en el que nos hemos conocido personas oficialmente “disminuídas” con otras que nos creemos sanas y ellos, con su inteligencia emocional, esa innata que tienen al expresar los afectos, decir lo que piensan, de contar lo primero que se les ocurre, nos han envuelto en un clima de afectividad precioso, que ha hecho, como todos los años, que el encuentro sea un regalo para los de dentro y los de fuera.
Yo he venido tan tocada, que necesito tiempo para digerir tantas emociones fuertes. Os cuento algunas de ellas. En un momento de oración, tras la puesta en común de los talleres, en la capilla, que tenía un enorme equipo de sonido y una gran pantalla, sonaron o, mejor dicho, tronaron trompetas y tambores procesionales y aparecieron dos filas de jóvenes, con sus cirios, trayendo en procesión a Cristo, en un joven con el torso desnudo, llevado en andas, sin cruz, por ocho costaleros, solemnes, serios, marcando el paso, que en un momento lo bailaron, hasta que con mucho respeto y belleza lo posaron en el altar… Nos impresionó, nos removió los adentros y nos mantuvo en oración un rato, hasta que, el que hacía de Jesucristo, se levantó despacio, se puso una túnica y nos dirigió unas palabras. Algo así decía su mensaje: ¿Os emociona, la música, los tambores, el verme traído en procesión crucificado?... pues lo que yo deseo es que sean los otros hermanos crucificados que viven a vuestro lado, los que os conmuevan, por los que luchéis, a los que ayudéis, a los que adoréis y devolváis una vida más justa… Porque adorarme a mí es vivir comprometido… y así nos dirigió un mensaje al estilo Jesús, de los que despiertan, impulsan, abren el corazón y entusiasman con el reino.
Por la noche, tras bailar un rato con la gente del centro, en la discoteca que se monta siempre y que ellos esperan con gran ilusión, hubo una especie de festival, que se llama CAPACHARTE, en el que cantó Migueli, Ampa, su mujer, y hasta su hija. Después, una joven del grupo “Los últimos” representó maravillosamente un monólogo en el que se reflejaba la vida de una mujer rota, que quería acabar con su existencia, pues ya de niña sufrió explotación y abuso infantil y, tras muchas situaciones de dolor e injusticia, había terminado en nuestro país, engañada, trabajando prostituída y maltratada. Comenzó intentando suicidarse en una pecera, permanenciendo unos segundos interminables, sumergida en el agua, de la que salió chorreando, contando y expresando con todo su cuerpo el dolor y sufrimiento que tenía. Volvió a intentar ahogarse otras veces, mientras narraba su desgarradora vida y nos encogía el corazón. Al terminar abrió un coloquio, explicando que su misión no era la de representar a aquella mujer, sino despertar nuestra conciencia y hacernos caer en la cuenta de nuestra pasividad ante la injusticia y tiranías que nos rodean y envuelven en la vida normal. Me pondría a contar detalles y no acabaría, porque fue una de las mejores representaciones que he visto y sentido en mi vida.
Y el broche final de la Capacha fue la eucaristía, celebrada conjuntamente los capacheros con los internos, en la que la cercanía, el afecto, la espontaneidad, la ternura y la fe profunda se daban la mano y nos hacían vibrar con la fe de estos chicos que saben perfectamente sus carencias y lo que es disfrutar de la compañía y vida compartida de los 150 que veníamos de fuera y que igual estábamos más disminuidos que ellos en algunas cosas, como en hablar a Dios con naturalidad, expresar el afecto sin pudor, pedir lo que necesitaban sin miedo al ridículo, intercambiar el correo electrónico o el número de móvil para mantener esa amistad que se vivió allí, con ese subidón de hospitalidad, ternura, espiritualidad y generosidad que se creó entre todos los asistentes y que, ójala no se nos pase, en cuanto nos encarrilemos en la vida cotidiana.
Cada Capacha tiene un matiz y color especial. Esta ha tenido el de compartir los sueños, con los pies en la tierra, dejándonos sorprender, llevar, guiar y acompañar por unos cuantos soñadores y por el Dios de Jesús, que nos ha soñado a todos felices y plenos y que cuenta con nosotros para la construcción de la gran familia humana. Mari Patxi Ayerra