Hace mucho tiempo yo también fui como tú, alguien de carne y hueso. Alguien con sueños, con preocupaciones, con un trabajo y un coche. Alguien con una hipoteca y muchas facturas que pagar a final de mes. Alguien a quien la vida sonreía a veces, pero para el que en otras ocasiones, esa misma existencia se transformaba en una carga insoportable.
Como tú, me acostumbré a sobrevivir de momento feliz en momento feliz, sintiendo que en los intermedios (de estos espacios excepcionales) se me escapaba un tiempo que cada vez se hacia menos consistente, más insípido y vacío.
Fue el peso de las preguntas el que me hizo cruzar aquella puerta, el que me trajo hasta este lugar. Las preguntas nacidas de la entraña, en noches de insomnio y llanto contenido. Esas mismas preguntas que vuelven a sangrar a penas me muevo un poco por dentro.
¿Son sobrevivir entre preocupaciones o mendigar felicidad las aspiraciones a las que debo vivir atado? ¿Por qué parece estar prohibido soñar con algo más?
¿Qué o quién puede llenar verdaderamente mi tiempo?.
¿Cuál es el sentido de estar vivo?, ¿Para qué he sido hecho?.
¿Dónde sostener mi vida cuando las seguridades desaparecen, cuando soy abandonado por quienes dijeron amarme, cuando mi cuerpo enferma, cuando un día me comunican que, al fin, mi tiempo se ha agotado...?
Fueron ellas las culpables de encontrar aquella puerta situada en la espesura más profunda de aquel bosque. Un bosque al que llegamos desde lejanos lugares. Atravesando muchos y muy distintos caminos.
Cada uno de los que hoy habitamos este lugar, encontró dentro de sí la pregunta por la que merecía la pena cruzar aquella puerta, conscientes del precio que pagaríamos por aquellas respuestas tan anheladas en lo mas hondo de nuestro ser. Se nos dijo que la magia cambiaría nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro espíritu. Nos haríamos de un material que nos permitiría ver más allá de lo aparente, ese fue el trato.
Así nos transformamos en lo que hoy somos: muñecos de trapo. Pequeños. Frágiles. Livianos. Seres de tela y botón. Seres que quieren ser ricos en simplicidad y sencillez. Seres que quieren vivir sin ataduras que impidan leer en nuestro propio corazón las respuestas que tanto buscamos y sin las que tan perdidos nos sentimos un día. Seres que desean vivir el tiempo de forma consciente, como bien absoluto y real. Que buscan vivir en la luz, impregnados de agua y de aire. Capaces de ver la belleza de todo lo que los rodea. Que se sienten parte de la tierra y son capaces de amarla y respetarla como don y promesa. Seres sólidos en la espera. Seres flexibles, que creen y conocen la capacidad de transformación que se oculta tras todo lo que vive.
A través de nuestros ojos de trapo podemos ver un mundo que puede ser un espacio de vida y libertad para todos. Un mundo por hacer, desde la buenas ideas. Que puede ser renovado desde el poder de la más firme coherencia: ser, sencillamente, lo que somos en profundidad.
Hoy por fin, con este cuerpo de tela y mi interior desocupado por relleno, puedo hacerte la misma invitación que un día me hicieron a mí: cruzar a este lado de la realidad y comenzar a escuchar y poseer lo que siempre te habitó.
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