"En la escuela, la maestra encarga a la niña que dibuje la paz, es decir, el día en que por fin llegue al mundo la paz. Que lo represente como prefiera: como ella lo imagina. Y la niña pone manos a la obra.
¿El día de la paz? Es el día perfecto, cuyo elogio escribió hace años Peter Handke. El día en que el sol se alce para iluminar a todos por igual y nadie tiemble: el día sin odio, el día sin crimen, las milagrosas horas en las que veremos acercarse al prójimo sin aprensión ni resentimiento. El tiempo sin asesinos, el de la jubilación de las enemistades y el júbilo de la amistad.
La primera jornada verdaderamente humana de los humanos, de quienes solo quieren ser humanos pero nada menos que humanos. Entonces todos seremos padres e hijos, hermanos sin cainismo, buenos vecinos.
Ahí está la niña, que nos lo pide: frente al mar, sobre la montaña. Se llama Justa, la llamarán Justita. En la gran página en blanco del cuaderno, con sus lápices de colores, pinta el paisaje de la reconciliación y la llegada del día de la paz.
La niña reclama ese día perfecto, nos lo exige: no piensa conformarse con menos. Pero dentro de su utopía, no pierde el realismo: ha pintado un alba y un crepúsculo. ¡Si al menos hubiera un día como ese...! ¡Un solo día!. Ahora anochece. ¿Qué sol se levantará mañana?
¿Esperamos o desesperamos?" (Fernando Savater)