SER
TRANSPARENTES
A
veces, me pregunto por qué es tan difícil ser transparente. Acostumbramos a
creer que ser transparente es simplemente ser sincero, no engañar a los otros.
Pero ser transparente es mucho más que
eso. Es tener el coraje de exponerse, de
ser frágil, de llorar, de hablar lo que uno siente. Ser transparente es
desnudar el alma, dejar caer las máscaras, bajar las armas, destruir los
inmensos y gruesos muros que nos hemos empeñado en levantar.
Ser
transparente es permitir que toda nuestra dulzura aflore e incluso nos desborde.
Pero, por desgracia, casi siempre, la mayoría de nosotros decide no correr ese
riesgo. Preferimos la dureza de la razón a la belleza que representa toda la
fragilidad humana. Preferimos el nudo en la garganta a las lágrimas que brotan
de lo más profundo de nuestro ser. Preferimos perdernos en una búsqueda insana
con respuestas inmediatas antes que admitir sencillamente que no sabemos, o que
tenemos miedo. Y eso, a pesar de lo doloroso que es tener que construir una máscara
que nos distancia cada vez más de quien realmente somos.
Tendemos
a mantener una imagen que nos dé la sensación de protección. Y así nos
vamos ahogando más y más en falsas
palabras, en falsas actitudes, en falsos sentimientos. No porque seamos personas
mentirosas. Sino porque, como hojas secas, nos perdemos de nosotros mismos y ya
no sabemos dónde está nuestra dulzura, nuestro amor más intenso y no
contaminado.
Con
el pasar de los años, un vacío frío y oscuro nos hace percibir que ya no
sabemos dar y ni pedir lo más precioso que tenemos para compartir con los
otros: dulzura, compasión… y comprensión de que todos sufrimos y a veces nos
sentimos solos, inmensamente tristes y lloramos bajito antes de dormir.
En un
silencio que nos lleva a la nostalgia de nosotros mismos, de aquello que pulsa
y grita dentro de nosotros, pero que nos cuesta mostrar incluso a aquellos que
más amamos. Porque, desgraciadamente, hemos aprendido que es mejor tomar
represalias, atacar, agredir, acusar, criticar y juzgar, que simplemente decir:
“tú me estás hiriendo; ¿puedes parar, por favor?”.
Porque
quizás hemos aprendido que decir eso es ser débil, ser tonto, ser menos que el
otro. Cuando, en realidad, si dejamos que nuestra razón escuche también a
nuestro corazón, podríamos evitar tanto dolor.
Ojalá
consigamos no contener el llanto, ni la carcajada, no esconder tanto nuestro miedo, no desear parecer tan
invencible. Ojalá consigamos no controlar tanto, ni reaccionar tanto, ni
competir tanto..., sino confiar siempre.
Quizás
sea necesario recordar con frecuencia que la vida es tan corta y la tarea de
vivirla es tan difícil que, cuando comenzamos a aprenderla, ya es hora de
partir. Sigamos en la certeza de que todo
pasa. Y así consigamos dulcemente vivir, sentir, amar, ser transparentes.
1 comentario:
Que transparente... c-omo relaja leerlo, que cierto es lo que dice... más de una vez me he arrepentido de guardarme las lágrimas, de romper a llorar. Es muy bonito yreal.
Que transparente...
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